El Trastero
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 Relatos de Abril

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MensajeTema: Relatos de Abril   Relatos de Abril I_icon_minitimeLun Abr 26, 2010 8:04 pm

Bueno, pues al final si que ha habido concurso, aunque por los pelos. Hay que votar antes del día 30 y espero que haya comentarios.

Un mensaje por relato para mejor lectura.


Última edición por Kira el Sáb Mayo 01, 2010 3:47 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Relatos de Abril   Relatos de Abril I_icon_minitimeLun Abr 26, 2010 8:05 pm

RELATO Nº1: La canción de la sirena del cementerio

Niebla.
Un velo blanco se extendía sobre las lápidas. Nuevas, viejas, cuidadas, desvencijadas. Con ramos de flores, con flores sueltas y marchitas. Tan diferentes. Y a su vez, iguales. Fría piedra, fría muerte.

Era un día normal.
Una tarde de miércoles de octubre. Sólo especial por ser absolutamente anodino. Sin un aniversario, al menos, como excusa, para acudir al cementerio...¿Por qué sufrir recordando a los que ya no están?¿Por qué desperdiciar la vida llorando a los que no volverán?

Una melodía resonaba en el ambiente.
Era la misma niebla hecha canción. Ambigua, deshilachada y fantasmagórica. Pero tenía su propio carácter. Era un cúmulo de armónica contradicción. Cálida y fría. Luz y oscuridad. Destilando odio y amor sin distinciones. Como si un demonio y un ángel se unieran para interpretarla.

Y entonces, la música tomó cuerpo y se personó entre la niebla.
Su cabello poseía el color del platino. Su piel era clara, del gris puro y brillante de una perla. Sus ojos, ámbar centelleante, y su mirada fugaz como un destello. Toda ella era etérea, irreal como un sueño. ¿Pero...era un sueño, o acaso una pesadilla? ¿Era lo que aferraba entre sus manos un instrumento o un arma?

Y la tierra empezó a resquebrajarse, como si de un terremoto se tratara.

De haber habido visitantes, habrían empezado a gritar. Las grietas ardían. Humo violáceo colapsaba la atmósfera. Olor a muerte y putrefacción habría inundado los débiles sentidos del ser humano.

La música se aceleraba.

Cada nota se sucedía por otra más lúgubre. Más y más. Y todavía más.

Cuerpos destrozados surgían del infierno. La madera de los ataúdes que los había contenido ahora ardía. Mientras tanto, las lápidas se tornaban en pétreas cenizas.

Y la intérprete de la melodía que provocaba todo permanecía impávida, sólo atenta a la red de sonidos que sus dedos ayudaban a entretejer.

Cadáveres y más cadáveres. Los condenados resurgían de la tierra a la que se habían visto abocados.

Entonces, la dama de la niebla empezó a cantar.

Era su voz un grito desgarrado y un susurro inaudible. Se mecía al ritmo que ella marcaba al tocar. Los muertos, ahora posiblemente despojados de tal condición tal y como la conocemos, se movían al vaivén de la canción. Todos distintos, todos sincronizados. El cuerpo de baile más perfecto y macabro jamás imaginable.

Sin nunca detener su ritmo la mujer empezó a avanzar. Un instante, como una nube calma mecida por el viento. Otro instante, una tormenta violenta. Ambigua y dual. Siempre entre extremos, nunca en el punto medio.

Los cadáveres resurrectos la seguían. Movidos por las notas de su canción. Siempre danzando, como una mariposa muerta a la que moviese la brisa. Una grácil tragedia.

Y se acercaban a la ciudad.

*****

La urbe, sumida bajo la niebla, dormita entre escalofríos. El avance de la nada prosigue inexorable. Ahora es sólo para la vista, cegada en blanco. No falta mucho para que la destrucción acabe con ella. Los muertos, ahora en vida, vienen a llevar a los vivos a la muerte. A lo lejos, una euforia triste resuena en el ambiente.
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MensajeTema: Re: Relatos de Abril   Relatos de Abril I_icon_minitimeLun Abr 26, 2010 8:07 pm

RELATO Nº2: Sin título I

Noxx llegó al fin al punto de encuentro acordado. Vio que en la rama de un sauce había colgada una túnica violeta y dedujo que ella ya estaba allí, por lo que decidió esperar sentado en una roca cercana al lago, sintiendo cómo los fuertes latidos de su corazón trataban de romperle el pecho. Alguien emergió del agua, rompiendo el reflejo que la luna proyectaba sobre ella. Sacudió su melena azul, sorprendentemente seca, y se dirigió hacia el chico. Éste se levantó para observarla mejor, cada paso que daba hacía que aumentara la velocidad de sus latidos. Ninguno de los dos pudo mantener la mirada, en seguida la desviaron. La muchacha descolgó la túnica y se vistió. Noxx se llevó la mano al bolsillo y sacó un par de gruesos guantes de piel, que se puso antes de cogerla de las manos. Ella quiso responder al gesto y se acercó un poco más, pero inmediatamente soltó sus manos, dio media vuelta y agachó la cabeza, acordándose de algo muy importante.
_ Siento que tenga que ser de esta manera, de veras que lo siento.
Él la cogió de los hombros y le susurró al oído.
_ No tienes por qué tener miedo.
_ ¿Miedo? ¿Crees que es miedo?_ replicó, levantando su rostro empapado de lágrimas_ ¿No piensas que si fuese por miedo no hubiese venido? Amo a alguien a quien tengo prohibido amar… y sin embargo mi deseo es seguir con ello, me lleve a donde me lleve.
Entendía perfectamente lo que quería decir, sobre todo sabiendo lo que tenían que hacer si querían estar juntos.
_ Deiya… no tienes por qué estar conmigo si no quieres… sé que serías más feliz con alguien de tu misma tribu.
_ No pienso dejarte marchar, ¿entiendes? Nunca me ha importado quién eres, y ahora tampoco voy a darle importancia, pero sería mucho más sencillo si no nos sometiésemos a tantos peligros.
Derrotada por sus propias palabras, Deiya se dejó caer al suelo. Noxx se agachó junto a ella, tratando de que se calmase.
_ No poder tocarte también es duro para mí, anhelo sentir tu piel… aunque me cueste la vida.
Deiya alzó la vista, sus ojos grises quedaron a la altura de los de él, naranjas y almendrados.
_ Si fuese únicamente eso… tú elemento es el fuego, el mío el agua, nuestros pueblos están en guerra, nuestros dioses se odian, no hay nadie que consienta nuestra unión y lo sabes.
_ Nada de lo que piensen me importa.
Un ruido perturbó la calma del bosque y una treintena de personas salió de entre los árboles. La mitad de ellos eran pelirrojos, llevaban únicamente un pantalón y lucían tatuajes en sus brazos, como Noxx; la otra mitad, con el pelo azul y túnicas de telas livianas, eran semejantes a Deiya. Todos iban armados con espadas, lanzas y alguna daga que otra.
_ ¿Qué haces aquí con esta? ¿Te has propuesto matarnos a tu madre y a mi a disgustos?_ dijo violentamente un hombre, dirigiéndose a Noxx. Al mismo tiempo, otro hombre corrió hacia Shia y la abrazó con fuerza.
_ Deiya, mi niña… ¿qué te ha hecho este bellaco?
_ Mide tus palabras, Ledhem_ gruñó el primer hombre_, aleja a tu hija de él.
La tensión se mascaba en el ambiente, ambos hombres empuñaban ya sus armas, como dispuestos a atacarse mutuamente. La muchacha no podía aguantarlo más.
_ ¡Basta! ¡No podréis alejarme de él! Padre, yo… yo le quiero.
Ledhem estaba atónito, apenas podía hablar.
_ Pero… hija… es de la tribu del fuego… no… tú no… no es posible…
_ Lo siento, padre… nadie va a hacer que cambie de opinión.
_ ¡Tú!_ exclamó, mirando a Noxx con los ojos desorbitados_ ¡Prefiero acabar contigo antes de que se vaya con un fracasado como tú!
Ledhem se dirigió corriendo hacia él, dispuesto a clavarle la lanza en el estómago, sin embargo su hija se interpuso entre ellos.
_ ¡Si le matas, tendrás que matarme a mí también! Voy a estar eternamente con él… es lo que quiero.
Retrocedió despacio y volvió con Noxx. Con una sonrisa y lágrimas en los ojos, ambos se miraron tiernamente.
_ ¿Es esto lo que quieres? ¿Quedarte a mi lado para siempre?
_ Nunca he estado tan segura de algo como de esto.
Antes de que nadie pudiera oponerse, el chico se quitó los guantes y la tomó por la cintura al mismo tiempo que ella le rodeaba con sus brazos. Notó como el fuego de su interior se apagaba lentamente. Ambos se fundieron en un beso. La luz de sus ojos murió para siempre, poco a poco sus cuerpos se convirtieron en roca caliza y ambos pasaron a ser una bella estatua de piedra blanca, quedando así unidos para siempre, sin que ninguna guerra entre pueblos y dioses pudiese separar el amor que les unía.
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MensajeTema: Re: Relatos de Abril   Relatos de Abril I_icon_minitimeLun Abr 26, 2010 8:08 pm

RELATO Nº3:Aequat omnes cinis

Balanceando suavemente el maletín negro que llevaba frecuentemente, Austin cruzó la puerta mientras se quitaba las gafas de sol con la mano que tenía libre. Respiró hondo y se detuvo un instante para observar lo que la vista le regalaba, lo cual era un tanto absurdo, pues cuatro paredes blancas y un par de sillones de la misma tonalidad no eran algo del otro mundo. Iniciar la jornada laboral siempre resultaba apasionante para él, cosa que muchos de sus compañeros no comprendían, sin embargo preferían no discutírselo cuando surgía ese tema. A continuación se dirigió a la gran mesa metálica de recepción, donde una mujer se limaba las uñas minuciosamente. Al ver que se acercaba, guardó la lima con cierto nerviosismo y se puso en pie apresuradamente, estirándose la falda.
_ Buenos días, señor Wells… le esperan en la quinta planta… dieron el aviso hace varios minutos, dicen que es urgente.
_Gracias, Edna_ dijo, esbozando una pequeña sonrisa mientras esperaba el ascensor, que en esos momentos estaba ocupado por alguien que bajaba a esa planta_. Comuníqueles que he llegado, pasaré un instante por mi despacho antes de ir.
La puerta del ascensor se abrió. Una joven cargada con varias carpetas se sobresaltó al encontrarse de frente con Austin y derramó parte del café que llevaba, con tan mala suerte que el líquido marrón fue a parar a la camisa que él llevaba. La chica soltó las carpetas de golpe y sacó un clínex.
_ ¡Señor Wells! Yo… ¡Lo siento! Venía a traerle el café y la bata y a llevar su maletín a su despacho para que vaya directamente al quinto piso… por Dios, qué desastre… discúlpeme.
Mientras limpiaba la camisa con el clínex, él observó que le temblaban las manos.
_ Rachel, ¿se encuentra bien? ¿Qué ha ocurrido?
Ella le miró, intentando relatar lo ocurrido, pero de su boca no salió ninguna palabra, solamente titubeos. Se rindió al no encontrar la manera de exponer aquello por lo que estaba tan alterada.
_Será mejor que vaya usted mismo a verlo.
Recogió de nuevo las carpetas del suelo y entraron al ascensor. Mientras subían al piso en cuestión, Rachel se abanicaba con una carpeta de gomas delgada y azul, sus manos seguían temblando. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. El pasillo estaba en absoluto silencio y todo parecía encontrarse en orden, quizás demasiado. Rachel dejó que pasase él primero. Éste, agradeciéndoselo con un gesto de cabeza, avanzó con paso decidido por el pasillo mientras se abrochaba la bata para ocultar la mancha de su camisa. Al pasar por delante de una sala, cinco personas salieron de ella y se situaron a ambos lados del hombre, andando al mismo ritmo que él.
_ Señor Wells, aquí tiene un pequeño informe sobre la paciente de la habitación 429_ dijo un muchacho menudo, tendiéndole un papel mientras seguían cruzando el pasillo.
_ ¿Habitación 429?_ preguntó él, echando un vistazo al informe, sin prestar mucha atención a su contenido. Se lo devolvió poco después y siguió hablando_. Es el caso de la chica que llegó hace 2 semanas con múltiples quemaduras y arañazos en la espalda, ¿cierto?
_ Sí, señor. Amanda Evans. Según tengo entendido, ha intentado escapar y ha agredido a tres vigilantes, estamos llamando a una ambulancia para que se lleve a dos de ellos, al otro le falta un trozo del brazo, Amanda le mordió. Con muchos esfuerzos hemos conseguido reducirla y aislarla en la sala 7. Hasta hace poco gritaba con una voz más grave y ronca de lo habitual.
Se detuvieron ante una puerta blanca con una pequeña ventana redonda de cristal. Austin entró con decisión, acompañado aún por los otros cinco. En la sala se encontraban dos psiquiatras y doctores que observaban a una muchacha a través del cristal que dividía la sala en otra, insonorizada y mucho más espaciosa. En ella no había más mobiliario que una mesa y tres sillas de oficina azules. Sentada en una de ellas con los pies encima y abrazando sus rodillas, una chica de no más de veinte años cuyo pelo cobrizo ocultaba su cara hablaba consigo misma.
_ Mentes encerradas en un cuerpo, mentes que se limitan a enterarse de aquello que los sentidos les muestran y nada más… si no ven lo que les depara más allá de la muerte, muéstraselo… antes de que ellos te quiten a ti lo poco que te queda de vida.
Tal y como le habían informado, su voz aterciopelada se había vuelto grave y un tanto áspera.
_ ¿Cuánto tiempo lleva comportándose de esta manera?_ preguntó Austin a uno de los psiquiatras.
_ Hace veinte minutos escasos, cuando escucharon unos ruidos en su habitación. Subimos a comprobar qué sucedía y vimos que estaba en llamas. La paciente había escapado, la encontramos dos plantas más abajo, estaba agrediendo a los de seguridad. No sabemos qué ocasionó el incendio, aunque solamente pudo hacerlo ella.
Austin rebatió su hipótesis, ocultando su desconcierto.
_ Eso es totalmente absurdo, ningún paciente puede llevar objetos consigo y tampoco puede ocultar nada en la habitación, para eso están los controles e inspecciones diarias.
_ Cierto, es absurdo…del mismo modo que lo es el hecho de que un paciente pueda escapar, ¿no?
De pronto, Amanda se levantó de la silla bruscamente. Se situó enfrente del cristal y comenzó a chillar. Sus ojos seguían sin verse, pues su cabello caía delante de ellos.
_ ¡Patéticos humanos, intentáis ocultaros sin conseguirlo, inútiles! ¡Salid, enfrentaos a mí, entregaos a los brazos de la muerte! ¿De veras creéis que escaparéis? ¡Malditos seáis, ilusos!
Tras escuchar esto, todos se miraron atónitos. ¿Cómo había podido saber que estaban al otro lado, si no podía ver ni escuchar a ninguno de ellos? La chica comenzó a respirar entrecortadamente y se agachó, sujetándose la cabeza con ambas manos y quejándose, como si un fuerte dolor estuviese torturándola. Arrastrándose por el suelo, se arrinconó en una esquina. Las lágrimas resbalaban por su cara, ya visible del todo. Comenzó de nuevo a hablar sola, pero con su tono normal.
_ No… vete… me duele…. déjame en paz, por favor… te lo suplico_ sollozaba. Austin no podía soportar ver cómo sufría y, sin pensárselo dos veces, entró a hablar con Amanda, sin que ninguno de los demás pudiese impedirlo. Se acercó a ella lentamente. Seguía llorando en la esquina, callada, con la cara enterrada en sus brazos. Cuando él se situó a unos pocos centímetros de ella, pudo ver que sus brazos estaban amoratados y tenía alguna que otra quemadura leve. Por mucho que replicasen desde la otra sala, Austin no podía escucharles, así que siguió junto a la chica.
_ Amanda… tranquila, no llores… ¿Te encuentras bien?
No contestó. Los demás doctores y psiquiatras pensaban que estaba loco al haber entrado a la sala sin ningún tipo de protección tras todo lo que estaba ocurriendo, sin embargo Austin parecía saber muy bien dónde se metía. Al no reaccionar, quiso ponerle la mano en el hombro, pero ella fue más rápida y le agarró por la muñeca. Levantó la cabeza, dejando al descubierto sus ojos, que tenían un extraño color púrpura. Austin dio un respingo cuando volvió a hablar con su voz ronca.
_ Chico malo… vuelve a intentar tocarme y te las verás conmigo
Austin quiso librarse de su mano, pues sin ningún motivo aparente su piel quemaba. Ella soltó su muñeca, la cual estaba chamuscada y echaba humo. Amanda se levantó y él retrocedió, aterrorizado. Se sentó en una de las sillas y con un gesto invitó a Austin a sentarse en la otra.
_ ¿No quiere hablar, señor Wells?
El hombre no tenía valor para contrariarla, así que tomó asiento. Una vez uno ante el otro, pasaron tres minutos de incómodo silencio. Al fin, Amanda se dignó a hablar.
_ No eres precisamente locuaz por lo que veo…bien, seré yo quien hable, así que escúchame bien, patético humano… ni tú ni tus amiguitos vais a impedir que os mate, así que no os resistáis, no saldréis vivos de esta. Arderéis en el infierno.
No podía creer lo que estaba oyendo. Esa no era Amanda, algo o alguien actuaba a través de ella.
_ ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres?_preguntó con voz temblorosa. Ella sonrió maliciosamente.
_ Os quiero a vosotros.
Antes de que pudiese abalanzarse sobre él, otras diez personas entraron en la sala reduciendo a la chica.
_ ¡Salgamos de aquí! ¡Está poseída!_gritaba Austin, desesperado. De poco sirvió su aviso. Amanda chascó los dedos y apareció alrededor de ellos un círculo de fuego cerrándoles el paso, no podían escapar. Antes de ser presa de las llamas, la chica se desmayó, de nada sirvieron los intentos de reanimarla. Entre gritos, llantos, súplicas y oraciones; el fuego les devoró a todos y cada uno de ellos. El cuerpo de Amanda era el único intacto. Tras pasar un tiempo, de él salió el demonio que la poseía, quien, satisfecho por su trabajo, observó las cenizas que quedaban.
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MensajeTema: Re: Relatos de Abril   Relatos de Abril I_icon_minitimeLun Abr 26, 2010 8:10 pm

RELATO Nº4: Sin título II

Ava corre tan deprisa como puede, sin mirar atrás. No quiere ver al terrible ejército que se acerca cada vez más. Entonces se para en seco. Enfrente de ella, otra marea de criaturas corre a su encuentro. Durante unos segundos se queda paralizada, sin saber qué hacer. Su única esperanza reside ahora en llegar al bosque, situado a su izquierda, antes de que los dos ejércitos la alcancen.
Por el sur, los hechiceros van al galope en sus caballos. Agitan sus bastones y lanzan rayos al cielo, que se oscurece por momentos. Detrás de ellos llegan los gigantes, de aspecto salvaje y piel oscura. Llevan mazas tan grandes como un humano adulto. Pero mucho más aterradoras son las sombras negras que se alzan sobre ellos. Son los espectros, los demonios invocados por los hechiceros. Ava se esfuerza por no mirarles. Un trueno resuena.
Por el norte, los centauros ocupan las primeras filas. Enarbolan sus lanzas y entonan canciones guerreras. Detrás está todo el ejército humano, con sus pesadas armaduras, que se esfuerzan por seguir el paso de los centauros. Por encima de ellos, los dragones serpentean, amenazantes. Sus escamas despiden brillos metálicos. Cada vez que sueltan una de sus llamaradas, Ava chilla y corre más deprisa.
¿Cómo puede encontrarse en esta situación? Ella sólo había salido a recoger plantas medicinales para su madre. Sabe que no debe salir del bosque sola, pero la pradera le pareció un lugar tranquilo y sin peligros. Sólo es un hada joven, una niña. No sabe nada de las continuas batallas entre los territorios del vasto norte y los desiertos del sur, nadie le ha hablado de los pueblos arrasados, los incendios y las maldiciones. Ava vive en territorio neutral, el gran bosque, lugar de las hadas y otras misteriosas criaturas. Allí la guerra no llega y no hay más violencia que la de las hadas cazadoras. Su familia vive de la naturaleza, igual que todas las hadas que componen su poblado.
El cielo, antes de un azul puro, ahora se cubre de nubes y de vez en cuando se ilumina con un relámpago. Sin embargo, el sol aún se esfuerza por asomar de vez en cuando entre tanta oscuridad, como si quisiera dar ánimos a la niña que cruza la pradera a toda velocidad.
El suelo tiembla cada vez más. Los cascos de caballos y centauros se hacen más audibles, las pisadas de los gigantes, ensordecedoras. Los dos ejércitos se acercan y cortan a Ava todas las vías de escape. La pequeña cae al suelo, pero da igual. Ya sabe que no va a poder llegar al bosque, que está demasiado lejos. Se despide mentalmente de su madre y sus hermanas, de su casa en lo alto de un árbol, de los bellos unicornios que iban a beber al estanque cada tarde.
Toda su infancia pasa ante sus ojos en un instante, así como lo que habría sido su futuro. No crecerá, no tendrá familia, no verá otro amanecer. Sus ojos se llenan de lágrimas.
Mira al sol una vez más, antes de que las nubes lo oculten por completo. La oscuridad se hace casi completa por un instante, pero pronto los relámpagos y el fuego lo iluminan todo. Ava se hace un ovillo. Cierra los ojos, y los ejércitos se le echan encima.
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MensajeTema: Re: Relatos de Abril   Relatos de Abril I_icon_minitimeLun Abr 26, 2010 8:12 pm

RELATO Nº5: Por la inspiración



Hoy traigo una historia de locura. Del poder que tienen las palabras. De gente excepcional, y de mitos en los que el mundo ya no cree. Sobre un mundo desagradecido en el que finalmente todos acabamos perdiendo la partida, ante un Destino cuyas cartas siempre son las mejores.

La pluma rasgueaba el papel apresuradamente, y sin embargo, no cometía ningún error. Hasta el momento, seiscientas páginas componían aquella magna obra. Ni una errata, ni un borrón. La caligrafía se mantenía siempre igual, elegante y redondeada. Y el color del texto mantenía el mismo negro puro de la primera a la última coma. No era un libro corriente, en absoluto. La humedad de aquel lóbrego refugio subterráneo no había siquiera rozado el filo de las hojas como la lógica habría hecho pensar que pasaría, y la portada estaba tan bellamente decorada como lo habría estado de haber sido un manuscrito encargado por el mismo Dios.

Por supuesto, había una mano que aferraba y guiaba aquella pluma de punta de marfil. Pertenecía a un hombre que debía estar sobre los veinticinco años, con el cabello negro como el ébano, como la tinta que ahora era su vida y su obsesión. Ojos azules. Como zafiros, como hielo a medianoche. Su piel, pálida, mortecina, a causa de la infinidad de horas en las que había rehuido el sol como si de veneno se tratase.Sus manos, llenas de cortes, algunos abiertos, en los que la sangre se mezclaba con la tinta que las ennegrecía por culpa de la compulsiva escritura a la que el hombre se dedicaba durante todo el día. Como ha quedado ya claro, no era un hombre que podamos describir con simples adjetivos. No, sin duda, no era un hombre corriente.

Llevaba una túnica blanca raída y con líneas de tinta en las mangas, unas sandalias en otro tiempo humildes y ahora, simplemente, destrozadas, y una cinta de cuero que recogía su melena, bastante sucia, en una coleta. Un levísimo gemido, casi imperceptible, le hizo apartar la cabeza de su libro para echar un vistazo detrás de su asiento. Allí, en las baldosas, yacía una sorprendente criatura. Piel celeste, tan fina que parecía traslúcida. Forzando la vista, podríamos haber visto dos alas como de libélula que sobresalían de su espalda. Unos guantes blancos, un vestido prácticamente transparente que dejaba ver formas de niña y, por último, unas botas de plumas níveas completaban un aspecto que nos costaría encajar en nuestro mundo material. Por desgracia, el rostro y la apagada voz de aquella encantadora criatura delataban que se estaba muriendo. La vida de aquella musa tocaba a su fin.
-Laurent...-musitó, en el más débil de los susurros. Nunca ha existido en este mundo algo tan desgarradoramente sutil como los últimos momentos de una musa.
-¿Qué quieres?-replicó con frialdad el hombre.
-Libérame...
-No puedo hacerlo, Scynia-dijo con mucha más dulzura.-¿No lo entiendes?No puedo dejar esto a medias.
-¿Cuántas de nosotras hemos muerto en tus manos?-espetó la musa. Estaba furiosa, pero seguía siendo igual de insignificante.
-Consideradlo un préstamo a mi raza. Necesito la inspiración, toda la que pueda, y vosotros sois la única vía hasta ella. Y sólo yo puedo escribir este libro, sólo yo entre todos los humanos.
-Eres un monstruo...
-Considérame un genocida, si así lo deseas. En la historia de mi mundo, quedaré cómo lo que soy. Un héroe, un sabio, y un benefactor.

La pequeña musa habría querido replicarle, claro. Pero no tenía fuerzas para hacerlo. Su luz se extinguía, sin dilación.

Laurent volvió a su trabajo en cuanto hubieron pasado unos segundos de su frase. Minutos después Scynia abandonó el mundo, disolviendo su tenue cuerpo en la nada y dejando sólo sus pequeñas ropas. Cuando ocurrió, el escritor sólo emitió un gruñido de disconformidad y apartó las cuartillas en las que estaba trabajando para ponerlas en una bandeja. Abrió un cajón del escritorio y cogió un saquillo de hierbas trenzadas.Tiró de la cuerda que lo cerraba y vertió un puñado de cenizas sobre el grabado de la mesa: una detallada hoja de roble. Una melodía surgió de la boca de Laurent. Era bella, aunque la desgana y la ronca voz del hombre no acompañasen.En en unos minutos una nueva musa se materializó en la habitación.
-Oh, artista que me ha requerido...-comenzó la musa, muy similar a la fallecida Scynia, aunque con mejor aspecto, por la obvia razón de que no estaba agonizando..-Soy Loâi.
-Loâi onhïúu-cortó Laurent con una sonrisa maléfica. La musa reculó con gesto asustado para intentar volver a su esfera de la realidad, pero era tarde. Había sido atada.

Veinte musas después de Loâi, en un día de verano, cuando Laurent rozaba el momento de poner punto y final a su códice, un fuego se originó en su refugio. Los trovadores aún estamos dilucidando qué lo provocó. Algunos sostienen que fue la venganza de las musas contra su asesino. Otros, que la emoción hizo que Laurent derribara un candelabro y destruyera su obra. Sólo tenemos dos cosas claras. No tenemos el libro. Y por su culpa las musas no han vuelto a presentarse, y se han convertido en un simple recurso literario para personificar la inspiración, que tantas veces parece cosa de magia. Así que, y permitidme una pequeña licencia no poética...espero que se pudra en el infierno.


Última edición por Kira el Lun Abr 26, 2010 8:22 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Relatos de Abril   Relatos de Abril I_icon_minitimeLun Abr 26, 2010 8:17 pm

RELATO Nº6: No basta con ver

Ojalá pudieran verlo tal y como lo veo yo.
Desde aquí arriba la vista es fantástica. Las luces vespertinas se proyectan sobre el océano lanzando fugaces destellos púrpuras al cielo, mientras el soñoliento sol dedica su más tierna sonrisa antes de sumergirse entre las claras aguas del mar. Sobre el arrecife, un par de sirenas alzan su canto a las nubes de colores que salpican el cielo. Más allá, al otro lado de la bóveda celeste, las primeras luces de la noche comienzan a danzar cual luciérnagas en torno a la luna de plata, y, en el bosque, las estelas doradas que en su vuelo trazan las hadas se desdibujan creando un halo impreciso y traslúcido sobre los árboles. Una triste melodía de violines surgida de entre las rocas del acantilado anega el atardecer.
Ojalá pudieran verlo tal y como lo veo yo. Es tan hermoso…
Aquí es donde me suelo refugiar. “El faro viejo”, así lo llaman todos; para mí, sin embargo, este viejo centinela es mucho más que un edificio en ruinas. Se trata de una alta torre plagada de misterios, una torre que en sus días brillaba desde lo alto guiando a los lejanos viajeros. Parece, no obstante, que ni siquiera aquí arriba puedo evadirme de mis recuerdos, de mis divagaciones. Me persiguen y tratan de arrastrarme a la oscuridad y al frío del mundo, tratan de confundirme. Pero yo ya no estoy confusa. Son ellos los que no son capaces de entender la realidad.
Realidad… que término tan relativo.
Algunos se atienen tan solo a lo que ven y a lo que palpan para definirla. Se encierran, se obcecan en ese mundo frío y gris, en esa “realidad”, cerrando los ojos a cualquier otra posibilidad.
Otros intuyen algo más, algo que no se puede percibir con la mirada o los dedos de la mano. Una fuerza misteriosa que les alienta, una fuerza en la que creer y basar las esperanzas. Pero son incapaces de comprenderla, temen comprenderla. Y esa inseguridad temerosa les obliga a apartar la mirada y a centrarla en un punto fijo.
Yo simplemente he aprendido a alzar la vista sin miedo y mirar fijamente lo que tengo delante.
Lo que ahora veo, lo que ahora palpo… esta es la verdadera realidad, aunque muy pocos sean capaces de entenderla tal y como lo hago yo.
Resulta un tanto irónico que los que me rodean utilicen tan a menudo esa palabra para tratar de convencerme y arrastrarme a su mundo.
En realidad los quiero. Quiero a mis padres, a mi hermana y a mis amigos. Pero sé que no me entienden y no quieren entenderme. Les asusta un mundo que no pueden comprender. Y no puedo culparlos, tan solo quisiera retirar de sus ojos esa membrana opaca que les impide captar la verdadera luz. Y no puedo culparlos, porque yo antes era también así. En cierto modo, en el fondo no he dejado de ser esa muchacha asustadiza que temerosa ocultaba y negaba su secreto, esa muchacha asustadiza que intentaba ignorar las voces que acudían a su cabeza para mostrarla un nuevo mundo lleno de posibilidades. ¡Ilusa de mí! La diferencia entre entonces y ahora es que ya no trato de hacerlas callar, sino que las aliento para que me muestren el camino.
Así lo han hecho, y por fin ahora sé lo que debo hacer.
El canto de las sirenas ya se ha apagado…
Algo nerviosa, pero decidida, me levanto y subo los últimos peldaños del “faro viejo”. Me coloco en la barandilla que delimita del abismo y tomo aire.
- Hazlo, no tengas miedo
- Muéstrales a todos la verdadera realidad. Si de verdad crees, podrás hacerlo.
- Salta y vuela.
- Creo, sí creo. Es lo único en lo que he creído en mi vida. Siento la energía vibrar a mi alrededor, la siento en la punta de mis dedos, en los árboles, en el viento… Siento la magia. La siento- digo con una sonrisa.
- Entonces salta.
Esta es mi única oportunidad de retirar del “mundo real” ese velo de incredulidad y desconfianza. Debo aprovecharla.
Al fin ha llegado la hora de mostrar a todos que no basta con ver, sino que también hay que mirar.

***

Manuel sujetaba con fuerza a su mujer, que horrorizada luchaba por desasirse del abrazo mientras los enfermeros levantaban con cuidado el cuerpo de la muchacha.
-Has visto, papá- dijo la joven con un hilo de voz-, he volado.
El hombre, con los ojos anegados en lágrimas, alzó la mirada hacia lo alto, posándola en el lugar por donde había visto saltar a su hija hacía escasos minutos.
Por un segundo la duda lo embriagó. Realmente le había parecido ver a su hija mantenerse en el aire durante unos breves y asfixiantes momentos…
Sacudió la cabeza y, entre perturbado y enfadado consigo mismo, apartó la mirada, fijándola en un punto fijo: en su hija, que en ese momento era conducida al hospital herida de gravedad. No podía ver más allá de aquella camilla, más allá del rostro convulsionado por el dolor de su pequeña. Quizá era demasiado tarde para la muchacha, y era su culpa. Todo aquello era culpa suya.
Esa era la verdadera realidad.
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